Siempre he sido una perfeccionista en toda regla: inconformista, fanática de la comida saludable, con un estilo de vida acelerado, emprendedora, viajera constante, amante del vino y el café, y además, evito los carbos como si fueran mi peor enemigo (con lo rico que está el pan).
Mi Instagram parecía la vida perfecta. Bueno, eso pensaban los demás. La realidad era otra: estaba siempre estresada, ansiosa, agotada, emocionalmente hecha pedazos, angustiada y con el sistema inmunológico en modo “desesperado”. Dormía apenas cuatro o cinco horas, evitaba los encuentros sociales a menos que hubiera suficiente alcohol para desinhibir y lloraba mínimo tres veces por semana.
El agotamiento llegó mucho antes de lo que pensaba. Lo ignoré, seguí esforzándome, manteniendo la fachada y fingiendo que todo estaba bien. Hasta que mi cuerpo decidió que ya no podía más. De repente, aquel agosto, levantarme de la cama o del sofá era misión imposible. Simplemente no podía hacer nada más. No quería hacer nada nunca más.
Tuve suerte, aunque en aquel momento no lo veía, contaba con mi red de apoyo que me salvó cuando yo no podía hacerlo sola. Sobre todo mi madre, ella siempre está.
Empecé terapia psicológica con mi querida Carmen. Ella me dio las herramientas necesarias para controlar mi ansiedad, me proporcionó estructura, un espacio seguro y los mecanismos de afrontamiento que necesitaba para enfrentar la realidad. También, las prácticas de yoga fueron decisivas. Me apoyé mucho en ese entorno. Tuve mucha suerte de tener todo eso, y soy muy consciente de ello.
¿Has escuchado la fábula de la rana en la olla de agua caliente? Si pones una rana en agua hirviendo, saldrá saltando de inmediato. Pero si la colocas en agua fría y la vas calentando poco a poco, la rana seguirá adaptándose al cambio de temperatura, tratando de mantenerse a flote, hasta que finalmente ya no pueda más. Para cuando se dé cuenta, es demasiado tarde… y ya estará cocida.
¿Te imaginas? ¡Es horrible! Y lo peor es que eso es justo lo que nos pasa a nosotras cuando dejamos que el estrés se acumule lentamente. Sin darnos cuenta, nos vamos «cociendo» a fuego lento, adaptándonos a cada nueva exigencia, a cada noche sin dormir, a cada correo urgente… hasta que un día, simplemente, ya no podemos más. Si no dejarías que una rana pase por eso, ¿por qué dejarte a ti misma «cocer» viva?
Si todo esto te resulta familiar o sientes que estás al borde del colapso, estoy aquí para ayudarte. No soy terapeuta ni psicóloga, soy coach. Mi rol es apoyarte desde mi propia experiencia, darte herramientas prácticas para mejorar tu bienestar y ayudarte a evitar caer en la misma trampa en la que yo caí.
Como coach, estaré aquí para escucharte, motivarte y ayudarte a encontrar las respuestas que necesitas.
Igualmente, si buscas un terapeuta o psicólogo y no sabes por dónde empezar, te ayudaré a encontrar uno que se ajuste a tus necesidades y presupuesto.
Si quieres transformar tu vida y no sabes por dónde comenzar, crearemos un plan juntas y te ayudaré a cumplirlo. Y si simplemente quieres mejorar algún aspecto de tu vida y no sabes cómo, aquí estoy para guiarte.
Tras la experiencia con el burnout, he transformado mi vida por completo y tomé la decisión que cambiaría mi trayectoria profesional para siempre. Decidí formarme en Health Coaching con un objetivo claro: ayudar a mujeres a liberarse del agotamiento.
La recuperación no es rápida ni ocurre de la noche a la mañana. He tenido mis altibajos, y he aprendido a salir de ellos, ¡y tú también puedes! Cada día sigo trabajando en mi recuperación, y déjame decirte que el emprendimiento tampoco es un camino de rosas. Pero hay algo que sé con certeza: este viaje es mucho más llevadero cuando cuentas con apoyo.
¿Hablamos?